Hace un año la economía española se enfrentaba a una situación especialmente delicada que elevó la prima de riesgo por encima de los 600 puntos básicos. En un contexto en el que los inversores internacionales valoraban el fuerte riesgo de ruptura del Euro, se debatió durante varios meses la necesidad de un rescate global de nuestra economía, que hubiera estado sujeto a una fuerte condicionalidad. Finalmente, gracias a las bases sólidas de nuestra economía y a la credibilidad de los ajustes puestos en marcha durante esos meses, el rescate sólo fue muy parcial, y para una parte del sistema financiero.
Doce meses después la economía española se encuentra en una situación relativa mejor. Es cierto que una tasa de paro del 27% es socialmente insostenible y que nuestra economía todavía no ha conseguido superar la debilidad de la demanda interna, pero también lo es que el necesario y largo proceso de ajuste en el que sigue inmersa está ofreciendo ya síntomas inequívocos de avances hacia la estabilidad macroeconómica. Destacan la corrección de la cuenta corriente y de la cuenta financiera, por la reducción de las necesidades de financiación externa que conlleva.
Ello ha sido posible gracias, por un lado, a los avances en la integración europea y a la actuación del Banco Central Europeo y, por otro, a las reformas acometidas de forma urgente en España, entre las que destacan la sensible mejora del déficit estructural, la reforma financiera y la del mercado de trabajo.
Según la Comisión Europea, el esfuerzo fiscal durante el año pasado (4% del PIB) se ha apoyado más en la reducción de los gastos (2,5%) que en el aumento de los ingresos (1,5%). Por su parte, la reforma financiera está logrando disipar las dudas sobre la solvencia del sistema financiero español. Pese a lo cual, existe actualmente una fragmentación entre el mercado de financiación para las grandes y para las pequeñas empresas, enfrentándose estas últimas a una insuficiencia de financiación disponible o a un precio demasiado elevado. Por último, el nuevo marco laboral, por su parte, está permitiendo a muchas empresas ganar en flexibilidad y en movilidad geográfica, contribuyendo así a moderar el aumento del paro.
Estas reformas están siendo bien percibidas en los mercados, han evitado un rescate que muchos daban por seguro, y están permitiendo resaltar las bases sólidas de nuestra economía. Así lo demuestra el hecho de que grandes multinacionales, en sectores como el de la automoción, están tomando ya decisiones de inversión en España, y que directivos en muchas otras están también volviendo a ser capaces de atraer la atención de sus matrices para contar con España en sus planes de futuro.
Cuando las empresas buscan financiar sus proyectos empresariales en los mercados de capitales pueden enfrentarse, entre otras, a dos opciones estratégicamente muy diferentes: cotizar en la Bolsa de Frankfurt o en la de Nueva York. Mientras en el primero de los casos los inversores exigen a estas empresas que sus planes de negocio tengan como eje central la venta de activos y el compromiso de reducir el apalancamiento, en Wall Street quieren empresas que, además de contar con unos números sólidos en el presente, aporten una cartera de proyectos que les permitan crecer y expandirse en el medio plazo. Lo mismo ocurre a nuestra economía, que ha de venderse del mismo modo en los mercados internacionales, y aunque la continuación del ajuste realizado a lo largo del año pasado es una condición estrictamente necesaria para así continuar con la recuperación de la credibilidad, es el momento de poner también el énfasis en su capacidad para crecer y generar actividad económica en el medio plazo. Sólo así se podrá consolidar la recuperación de la confianza de los agentes económicos.
Uno de los datos que mejor refleja la solidez de la economía española es la muy positiva evolución reciente del sector exterior español, tanto en valores absolutos como relativos. Desde la recesión del comercio mundial en 2009, las exportaciones españolas de bienes y servicios han crecido en más de 80.000 millones de euros, hasta alcanzar el 32,2% del PIB el año pasado. Se ha producido un fuerte aumento de las exportaciones españolas de bienes y servicios hacia las zonas de mayor dinamismo económico, como las economías emergentes de África, América y Asia. Asimismo han aumentado las exportaciones hacia los países en los que las empresas españolas han invertido desde mediados de los años 90, como Brasil, México y Hungría. Las inversiones en el exterior han permitido también a las empresas captar financiación en otros mercados para sus proyectos empresariales. La evolución del sector exterior español ha sido, además, mejor que la de nuestros principales competidores europeos (Alemania, Francia, Italia y Reino Unido) no sólo en los últimos años, sino, en la mayoría de los casos, durante toda la última década.
Esta positiva evolución del sector exterior es, en una parte muy importante, consecuencia del aumento de la competitividad de la economía española en su conjunto y de la considerable reducción de los costes laborales unitarios. De hecho, su disminución desde 2009 ha compensado el crecimiento que experimentaron en la fase más expansiva del ciclo y se sitúan ya en la media europea. Esta caída se ha producido tanto por el aumento de la productividad, como por la contención de la remuneración de los asalariados.
Gracias a sus buenos resultados, el sector exterior está evitando una mayor caída de la economía española. La experiencia nos enseña que nuestra economía ha salido siempre de las crisis empezando por el sector exterior, que actúa como avanzadilla de la recuperación. Sin embargo, es clave asegurar que esta buena evolución del sector exterior sea estructural, que el recorrido de internacionalización de los últimos años no sea sólo producto pasajero de la necesidad de “salir fuera” y sea anulada en una futura recuperación del mercado doméstico. En todo caso, el impulso del sector exterior tiene aún un amplio margen que deben llenar nuestras pequeñas y medianas empresas.
En una segunda fase, es fundamental que el sector exportador sea tractor de la inversión, y esto no ha ocurrido aún. Así como desde mediados de los 90 las inversiones en bienes de equipo estaban correlacionadas con las exportaciones españolas con un desfase temporal muy corto, desde comienzo de la crisis, pese al crecimiento de las exportaciones, las inversiones en maquinaria y bienes de equipo se sitúan todavía en valores de hace ocho años.
Y es que, además del vigor del sector exterior, la economía española necesita que despierte la demanda interna, que abarca las dos terceras partes del PIB, para asegurarse un horizonte de prosperidad. Recobrar el consumo y la inversión doméstica, incluyendo también al sector de la construcción, es clave para nuestro presente y futuro, y depende, fundamentalmente, de la recuperación de la confianza de los agentes económicos. Por tanto, es de extrema importancia que, mientras seguimos avanzando por la senda de ajuste del déficit estructural, se pongan efectivamente en marcha las reformas sucesivamente comprometidas por el Gobierno, para que puedan actuar como palancas del crecimiento. Así se ha entendido desde Bruselas en la reciente evaluación del Plan Nacional de Reformas; se han hecho importantes avances, pero es necesaria una exigente secuencia de implementación de reformas estructurales. La consolidación fiscal y las reformas estructurales son factores complementarios que pueden acelerar y realimentar el proceso de crecimiento y recuperación del empleo.
Es fundamental la culminación definitiva de la reforma financiera y la introducción de nuevos instrumentos, en la línea de los ya anunciados, que contribuyan a paliar la fragmentación del mercado financiero y aseguren una adecuada financiación para las PYMES. Como lo es asimismo que, una vez aumentada la flexibilidad en el mercado laboral, se adopten medidas en favor de la empleabilidad de los trabajadores, en especial de los jóvenes. Por su parte, la reforma para mejorar la eficiencia del sector público, incluidas la ley de la unidad de mercado, la transparencia, la reducción de la morosidad y los mecanismos de pago a proveedores, deben permitir una mayor simplificación administrativa y unas cuentas claras. Es clave también un marco de seguridad jurídica a largo plazo que permita atraer la inversión exterior.
Hasta que no lleguen los primeros síntomas de recuperación del crecimiento económico y se haya afianzado la consolidación fiscal no será el momento para una reducción generalizada de impuestos. En las circunstancias actuales de recesión económica y falta de confianza no provocaría más que una gran caída de los ingresos públicos. Sin embargo, ello no es incompatible con el lanzamiento progresivo de un conjunto de señales selectivas, como las contenidas en el proyecto de Ley de Emprendedores, que expresen un firme apoyo en favor de la dinamización de la economía. De igual manera, sería positivo el lanzamiento de nuevos proyectos ilusionantes, que sirvan de anuncio y bandera de las grandes posibilidades de crecimiento que tiene la economía española, de forma que contribuyan a recuperar el interés y el apetito de los capitales internacionales. Cabrían, entre ellos, la privatización de empresas públicas, la venta de activos y el aumento de la colaboración con el sector privado en áreas como las infraestructuras, el transporte, la educación, la sanidad y otros servicios públicos. De esta forma, a la vez que se consigue aumentar la competitividad y la eficiencia de la economía española, se contribuye a amortizar deuda y reducir los crecientes gastos financieros.
Todo ello carecería de efecto si desde Bruselas no se sigue avanzando en el calendario de integración, especialmente en lo que respecta la Unión bancaria, para disipar definitivamente cualquier posible duda sobre la viabilidad del Euro. Asimismo, el papel del Banco Central Europeo va a seguir siendo clave a la hora de restablecer un mercado financiero único.
España tiene una base económica sólida sobre la que reforzar la consolidación y ganar credibilidad y confianza. Al mismo tiempo, el impulso de las reformas contribuirá a “batir” las previsiones de crecimiento de los principales organismos internacionales, y volver así a una senda estable de crecimiento generador de empleo. Nuestra economía, nuestras empresas, serán así capaces de cotizar en la Bolsa de Frankfurt, pero tendrán también éxito en la captación de recursos financieros en Wall Street.