Francia cuenta con margen de maniobra. José María Romero

El Economista

2 de febrero de 2014

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Para nuestros vecinos galos 1981 fue el año en el que François Mitterrand resultó elegido presidente de la V República. En materia económica su primer año de mandato estuvo marcado por un fuerte aumento del gasto público, que generó en los meses que siguieron serios problemas de desequilibrio en las cuentas públicas y de inflación, así como varias devaluaciones consecutivas del franco. Ello le llevó dos años más tarde a hacer un cambio radical de su política económica, conocido como el giro de austeridad.

Treinta años más tarde la historia se repite. El actual presidente, François Hollande, no sólo comparte con Mitterrand nombre de pila y partido político, sino también el haber llegado al Elíseo impulsando políticas económicas con un importante componente de gasto público, que han propiciado que éste se situara el año pasado en torno al 57 por ciento del PIB del país, muy por encima de la media de la UE. Y comparte asimismo el haber hecho público un giro similar dos años más tarde. Ha anunciado recientemente que su Gobierno pondrá ahora el acento en el fomento de la capacidad productiva francesa, a través de una reducción de los costes laborales y una campaña de recorte del gasto público.

Puede que este mero anuncio de reformas haya contribuido ya a que la agencia Moody’s decidiera mantener la calificación de la deuda soberana francesa. Sin embargo, tiene aún por delante una importante tarea de venta en la escena global. En los últimos meses una parte de la prensa internacional señala a Francia como el verdadero enfermo de Europa, dando a entender que su economía podría ser origen, a corto plazo, de importantes problemas para la zona euro.

Basándose en los principales datos macroeconómicos, no parece que éste vaya a ser el caso. Según el FMI, el PIB de la economía gala crecerá durante 2014 el 0,9 por ciento,  con un desempleo a final de año del 11,1 por ciento. Aunque estos datos son peores que los de sus vecinos alemanes, se sitúan en la media europea. Y tampoco en términos de tendencia es la que sale peor parada. Soportó mejor la crisis financiera internacional y la crisis de deuda soberana europea, no ha vuelto a la recesión desde 2009 y en el último trimestre su PIB creció a una tasa del 0,3 por ciento.

El reducido tipo de interés de su bono a diez años (2,3 por ciento) y su prima de riesgo de 60 puntos básicos frente al bono alemán son indicadores claros de que Francia se encuentra en el núcleo de Europa y del euro. Por tanto, los datos que acumula no hacen prever una recesión económica que pueda arrastrar al resto de la zona euro. Sobre todo porque en términos relativos no alcanza niveles elevados de déficits fiscal o por cuenta corriente, ni tampoco está inmersa en burbujas en sectores como el inmobiliario.

Es cierto que la acumulación de déficits por cuenta corriente y la reducción en más de una tercera parte de su cuota de exportación mundial en la última década ponen en evidencia un claro problema de competitividad. Esto podría convertirse en un problema muy serio para la economía francesa a medio plazo si no se adoptan las medidas necesarias. Un ejemplo podría ser el caso de las multinacionales del automóvil, que han elegido en los últimos meses a sus plantas industriales españolas frente a las francesas para la fabricación de sus nuevos modelos, aun cuando la producción irá destinada en su mayor parte a la exportación.

Por tanto es de extrema importancia implementar desde París un conjunto de reformas para disminuir su coste laboral, tales como reducir el enmarañado sistema de cotizaciones sociales, simplificar su compleja fiscalidad, contar con una administración pública más eficiente, mejorar su sistema educativo y abrir determinados sectores de su economía a la competencia. Y no se pueden dar por buenas las meras conferencias de prensa, es necesario ver todo esto implementado a través de leyes.

En cualquier caso, el Hexágono sigue estando en el corazón de la Europa más próspera, a escasos kilómetros de los potentes centros industriales alemanes, cuenta con una economía muy diversificada que le sitúa aún como la quinta economía mundial, se mantiene como líder mundial en recepción de turistas y segundo en el ranking europeo de recepción de inversión extranjera. Cuenta, en definitiva, con margen para reaccionar y para no llegar a ser el verdadero problema de nuestro continente. Nos interesa que Francia supere sus dificultades porque simplemente no hay Europa sin ella.

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